Qinhuangdao.

Mi primera imagen de Qinhuangdao, en el golfo del mar amarillo en la provincia de Hebei y a 300 quilómetros de Beijing, fue a través de la pequeña ventanilla del avión. Una extensión enorme de tierra, con pocos edificios, se extendía varios quilómetros entre el mar de Bohai y una cordillera montañosa por la que de golpe apareció, serpenteante, la gran muralla china. Pues en Qinhuangdao se encuentra el extremo este de esta magnífica arma de defensa construida durante la época de los Reinos Combatientes. (Si queréis mas información, lo miráis en la Wikipedia como he hecho yo.)

Aterrizamos en un aeropuerto repleto de aviones de combate, que estaban siendo todos atendidos por diligentes soldados sin excepción. Al lado de la pista había misiles tirados de cualquier manera, reposando al sol, esperando a ser usados en no se sabe que ocasión. Todo esto no haría más que alimentar las paranoias de esas voces que aseguran que China se está militarizando, sobretodo voces proveniente de uno de los países mas militarizados del mundo, Estados Unidos. Pero la verdad es que proporcionalmente el aparato militar de china es, aparte de bastante obsoleto, bastante pequeño en comparación con otros países. En todo caso, que hagan lo que les de la gana que están en el mismo derecho que cualquier otro país (o sea, ninguno).

Al bajar del avión lo primero que sentí es como se me encogían las pelotas hasta el tamaño de dos guisantes pequeños, luego se me cayó una oreja y finalmente se me paró el corazón durante tres minutos. 11 graditos bajo cero de buena mañana, delicioso.

Entramos tiritando en la minúscula Terminal, donde esperaba entrar en calor, pero no, por que la sala de recogida de equipajes era una cosa la mar de rudimentaria. Básicamente era una sala con toda la parte frontal abierta con una mesa en medio, donde un tipo sin demasiado tacto ni miramientos iba agarrando las maletas de un carro y lanzándolas como pelotas de básquet en la mesa, mientras los chinos, con su habitual sentido de la educación, se abalanzaban sobre ellas dándose empujones y patadas sin importarles el sexo o la edad de su contrincante. Yo me abstuve de participar en la gresca y esperé a que terminaran de masacrarse unos a otros y cogí las maletas tranquilamente. Estos chinos, siempre con las prisas estas para luego quedarse pasmados fuera, fumando, sin hacer nada. Lo que dije la primera vez: MARICON EL ULTIMO. Esa es su motivación. No le deis mas vueltas. Puro orgullo.

Fuera estaba el chofer de la fábrica que íbamos a visitar esperándonos, con todo el coche cubierto de hielo y un pequeño lago al lado, completamente helado.



Nos montamos en el coche y por el camino disfrutamos de la vista de la muralla china en las montañas, pequeños pueblecitos con casas típicas chinas, avenidas con miles de negocios con carteles luminosos y muchísimas fábricas abandonadas. Daba la impresión de haber sido un importante enclave industrial el cual ha ido perdiendo fuerza en los últimos años. Finalmente llegamos a la fábrica, visita, comida con los directivos en un mono y delicioso restaurante en un salón privado y luego, con un taxista que habíamos alquilado, fuimos a ver la Cabeza del Dragón y la Primera puerta celestial.

La cabeza del dragón es el inicio de la muralla china, justo a pié de playa, y mas adelante está la primera puerta celestial, que es donde paramos con el coche.




La temperatura había descendido a unos -14 grados así que bajamos, miramos, echamos fotos y nos fuimos por patas. Tiempo suficiente para apreciar la belleza de la construcción, sus colores, sus figuras de guerreros tipo los de Xián y los antiguos ladrillos que forman la muralla. Nos subimos al coche y hala, cap a Beijing.